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martes, 25 de septiembre de 2012

¡Fuera!


¡Fuera!

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En definitiva son muchas las razones para que sintamos la absoluta necesidad, a nombre del país como un todo y de cada uno de quienes lo habitamos y nos duele su destino, de salir de este régimen de autoritarismo militar y desempeño delictivo. Volver a enumerarlas puede parecer ocioso a estas alturas, pero en lo personal siento el deber de la reiteración, mientras haya quien aún arrastre dudas acerca del compromiso consciente de votar y del significado de participar en esa gran acción colectiva de higiene nacional, con la que habremos de recuperar cuanto ha sido degradado, envilecido, desvirtuado y saqueado por la barbarie gobernante.

Un simple vistazo a la prensa obliga a comenzar con el tema de la violencia y la inseguridad, incluida la reactualización de casos de torturas infligidas por miembros de organismos del Estado que la practican de rutina. Una evidencia de la vulnerabilidad ciudadana y la subvaloración oficial de la vida humana, la tenemos en el hecho de que a las salas de emergencia donde sólo llegaban heridos de riñas o accidentes, ahora ingresan centenares de seres abaleados, y los familiares han devenido en deudos que en morgues abarrotadas reclaman los cadáveres de esas víctimas, cuyas muertes no parecen importar al Gobierno que reparte armas a manos llenas. En relación con la corrupción bastaría preguntar acerca de los dirigentes y otras figuras del proceso: ¿Dónde y cómo vivían?, ¿qué de las mansiones de lujo adquiridas en años recientes aquí y afuera, de contado y en efectivo?, ¿en qué clase de vehículos andan?, y ¿qué decir de sus abultadas cuentas en dólares en otros países, denunciadas y jamás desmentidas? A veces el mundo se nos reduce a una mínima dimensión de poblado ruinoso, con todas las implicaciones que ello conlleva. Se nos achica el ámbito respirable por las cosas que suceden, las que nos hacen, y las que erróneamente inducimos o dejamos suceder. Más allá de la afirmación de que la salud es un derecho, y de que ella debe ser expresión concreta de un estado de satisfacción de las necesidades básicas individuales y colectivas, constituimos hoy una suerte de sociedad de sobrevivientes en medio de un sistema de salud en las peores condiciones. Padecemos una dolorosa y persistente combinación de una patología epidémica que es noticia en sus frecuentes brotes, con otra, igualmente propia del subdesarrollo, que es estable y forma parte de una triste rutina de mal vivir.

Nos asiste el derecho de declararnos hartos del tosco comandante, del uniformado que es en sí mismo una mentira consuetudinaria en función de lo que le impone su ambicioso narcisismo. Así mientras se esfuerza en aparentar estar recuperado de su divulgada enfermedad, resulta mal disimulada su petición de conmiseración hacia él.

Constatamos además una objetable indolencia, pues durante su mandato han fallecido varios venezolanos ilustres, de valiosos aportes en los campos del arte, la ciencia, la literatura y otros, sin la más mínima expresión de duelo del jefe del Estado, a nombre del país afectado por tales pérdidas.

La enumeración de perversiones da para más, pero me voy a permitir cerrarla con la mención de la ruina de valores esenciales de nuestra educación y nuestra cultura, revertidos en materia de burda manipulación por personajes elementales que juegan a ser ministros y tratan de hacernos creer que lo son, sintiéndose más importantes cuanto más crasa es su ignorancia y mayor su servilismo. Insisto en sentir como válido y justificado nuestro decidido empeño en salirle al paso a tal involución, pues caso contrario la dimensión de nuestros pensamientos y decisiones creativas corresponderá indudablemente a la de un país hundido en un deplorable atraso. 

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